top of page

Relatos (de) Recreativos (7) - Acuérdate de los atenienses

Relatos (de) Recreativos. Historias de ficción ambientadas en salones recreativos. Historias forjadas bajo el martillo del crédito. Historias escritas con la pluma en una mano... ¡y un buen joystick en la otra! (interpreta esto como puedas).





Mi amigo Darío me ha dicho que le recuerde lo de los atenienses. Darío Jiménez, alias "El Grande", alias "El Dorado, alias "El Rey": gitano de metro noventa, ojos eternos y jugador arcade de "oro de Ley".

No hay Salón Recreativo en el barrio que no haya sido conquistado por Darío. Sus dominios se extienden desde las pequeñas máquinas de los bares del Mercado hasta los grandes recreativos junto a la pescadería de Doña Emilia. No hay máquina arcade en el barrio, grande o pequeña, antigua o moderna, en la que Darío no sea el Rey.

Darío es realmente "Grande". Su altura es propia de un joven de 30 años, su barba poblada es la de un hombre de 50, y sus ojos... sus ojos son de Matusalén. Pese a todo, Darío tiene sólo 17 años.

Darío tiene la mirada más profunda que haya conocido jamás. Sus ojos son del color de la miel, densos como la miel... eternos como la miel. Pero los ojos de Darío no son dulces pues, desde que nació, una neblina blanca los cubre del mismo modo que las mortajas cubren a los muertos. Las gitanas del mercado se persignan al verlo pasar mientra murmullan una y otra vez: "¿Cuántas vidas has visto, Darío?" "¿Con qué ojos miran los muertos, Darío?"

Pero, por encima de todo, Darío es un jugador de recreativos. Dicen que cuando Darío entra en unos recreativos, el Sol entra dos veces. Sobre su pecho descubierto descansa un enorme medallón dorado con la forma de una moneda de 5 duros que brilla como un faro. Sus dedos tienen tal longitud y flexibilidad que desafían cualquier tratado de anatomía, y le permiten jugar con una sola mano si así lo desea. Cuando sus dos manos se posan sobre los mandos no se ha visto pianista más virtuoso y es, sencillamente, imbatible.

El retrato lo remata su guardia personal, dos muchachas de apenas 15 años, tan guapas y gitanas como él. De ojos verdes como frutos del olivo y trenzas de pelo negro que les alcanzan la cintura, cada vez que Darío juega a una máquina recreativa se inclinan a su lado en altos taburetes y le susurran cosas al oído mientras hacen pompas interminables con sus chicles y sus tangas fosforescentes de mercadillo asoman una y otra vez por la rabadilla. Podría decirse que Darío es, a todos los efectos, un Rey.

Tal vez por eso, cuando Darío se enteró de la existencia de unos nuevos recreativos en el barrio residencial Athenas decidió que también debían ser suyos. Athenas es un barrio de clase trabajadora, formado por enormes bloques de viviendas de aspecto mediocre habitados por gente de aspecto aún más mediocre. Los vecinos de Athenas no son ni muy altos ni muy bajos, ni muy ricos ni muy pobres... ni muy payos ni muy gitanos. Los vecinos de Athenas son, simplemente, atenienses. Y todos juegan en los recreativos "Maratón".

Cuando Darío llegó a las puertas de "Maratón" en su Vespino dorada el sol estaba en su punto más álgido. El medallón con forma de moneda refulgía sobre su pecho y cubría de oro a Darío y todo lo que estuviera a su alrededor. La entrada de Darío en "Maratón", jaleado por sus seguidores, fue digna de un rey, digna de un... dios. Pero ese día ni el propio Darío, borracho de orgullo y confianza, fue capaz de ver las caras de los muchachos atenienses que aguardaban en la puerta. Eran caras esculpidas por la rutina y la mediocridad, caras cansadas de la vida, caras que no se inmutan ni ante la presencia de un dios.

Los recreativos "Maratón" tenían una distribución peculiar. Eran realmente estrechos, de apenas cuatro metros de anchura, plagados de interminables máquinas recreativas a ambos lados dejando en el centro un angosto pasillo por donde a duras penas podía pasar un hombre. Pero, todo lo que tenían de estrechos, lo compensaban con su longitud: las máquinas recreativas se sucedían una tras otra hasta el fondo de los recreativos, apenas visible desde la entrada, desde donde la hilera de recreativas regresaba interminable de nuevo hasta la entrada. Un auténtico desfiladero de recreativas donde los atenienses sabían moverse como peces en el agua.

Pero ese día las manos de Darío se movían más deprisa que nunca y sus ojos brillaban con una intensidad que no se había visto jamás. Su inicio fue fulgurante, los récords previos de las recreativas fueron cayendo una a una y Darío iba inscribiendo con mano de hierro sus iniciales en todas y cada una de esas máquinas: los recreativos "Maratón" pronto formarían parte del gran imperio de Darío.

Y entonces, algo sucedió. Un muchacho ateniense de apenas 8 años se acercó a la máquina en la que Darío estaba jugando y, sin mediar palabra, introdujo una moneda en la ranura del segundo jugador. "Here comes a New Challenger!" rezaba la pantalla. "¡¿Qué haces maldito canijo insolente, acaso no ves que estaba jugando yo?!", gritó Darío fuera de sí. Como única respuesta, el muchacho lanzó a la cara el humo de un Celta sin boquilla mal apagado que había recogido del suelo y miró a Darío con una mirada tan vacía que incluso el propio Darío se asustó. Darío acabó con la resistencia del jugador inesperado en cuestión de segundos, pero algo en su ánimo comenzó a resquebrajarse.

Unas máquinas más adelante Darío escuchó un gran murmullo: alguien había superado una de sus puntuaciones en una de las máquinas que ya había jugado. Ciego de ira, Darío intentó volver atrás para recuperar su récord, pero una masa de muchachos atenienses taponaba el pasillo central, impidiendo su paso. “¡Apartaos de mi camino, bastardos!”, gritaba Dario. “¡¿Acaso no sabéis quién soy?!”, insistía una y otra vez. Por toda respuesta, unos ojos vacíos y cansados le miraban indiferentes.

Con claros signos de cansancio, Darío llegó al fondo de los recreativos. Allí hacía un calor sofocante y la oscuridad era tal que tenía que entrecerrar sus legendarios ojos para alcanzar a ver algo. La neblina blanca que siempre cubría sus ojos le impedía ver nada con tan poca luz. Un grupo de niños atenienses se arremolinaban a su alrededor, apoyando la mano en la marquesina y hostigándole una y otra vez: “¿Te lo paso? ¿Quieres que te lo pase?” “¿Te tiro la magia?”. “¡Dejadme tranquilo, malditos mocosos!”, gritaba Darío ya claramente afectado.

Y los muchachos atenienses fumaban como nunca antes Darío había visto fumar a nadie. Fumaban Celtas, Ducados, canutos de marihuana, caliqueños y otro tipo de cigarros que Darío no era capaz de identificar. Y el humo cegaba aún más su ya limitada visión y hacía llorar sus ojos, ahora apenas una parodia de lo que siempre habían sido. “¡Dejad de fumar a mi alrededor, hijos de puta!”, gritaba, pero ellos seguían fumando y mirándolo con esa mirada perdida que Darío no había sabido ver a su entrada... la mirada de la gente que no tiene nada que perder en esta vida.

Hacía ya varias máquinas que Darío no era capaz de superar ningún récord y entonces comenzó a sudar como nunca antes lo había hecho: un sudor abundante y espeso que cubría su ropa, su piel y todas sus joyas de oro... de oro del que cagó el moro. Los que estuvieron allí ese día juraron ver a Darío sudar oro. Todos sus anillos, pendientes y colgantes, incluidos el gran medallón del pecho con forma de moneda de 5 duros, fueron perdiendo el barato baño de oro que los cubría y el oro recorría su piel mezclado con el sudor haciendo, más que nunca, justicia a su apodo... Darío “El Dorado”. Entonces perdió el conocimiento y no recordó nada más.

Mi amigo Darío ya no es Darío “el Grande”. A día de hoy es simplemente Darío Jiménez, un gitano alto y espigado, con gafas de culo de botijo y de cataratas operado. Darío ya no cubre su cuerpo con joyas de oro, y sobre su pecho tan solo descansa una pequeña medalla de la Virgen de los Desamparados. Y ya no se hace acompañar por dos guapas gitanas. En su lugar, cada vez que visita unos recreativos me obliga a sentarme a su lado para que, cada vez que atisbe en él un exceso de orgullo o confianza, susurrarle una y otra vez al oído...

... “Darío, acuérdate de los atenienses”.



Zael






 
 
 

Comentarios


© 2018-2023 by Ancient Bits. Proudly created with Wix.com

bottom of page