Relatos (de) Recreativos. Historias de ficción ambientadas en salones recreativos. Historias forjadas bajo el martillo del crédito. Historias escritas con la pluma en una mano... ¡y un buen joystick en la otra! (interpreta esto como puedas).
Los milagros, al igual que las desgracias, ocurren cuando uno menos se lo espera. A estas alturas de la vida, uno no podría decir bien si lo que sucedió aquella tarde de Agosto fue un milagro o una desdicha. Decidan ustedes...
Incluso desde los billares al fondo de los recreativos pudo apreciarse el cambio de luz. Los chavales apostados en la puerta miraban absortos el cielo mientras sus dedos trajinaban el papel de fumar. A los niños más pequeños se les erizaban los pelos del cuello y todos percibíamos el olor a ozono, aún cuando ninguno de nosotros conocíamos aún esa palabra.
El “jefe” salió de su mostrador cojeando y, tras asomarse un segundo a la puerta, anunció a voz en grito: “¡Cinco minutos y apago las máquinas! ¡No quiero que pase como la última...!”. Un rayo iluminó el cielo y el trueno posterior ahogó sus palabras. Y la noche engulló aquel salón recreativo, mientras decenas de niños chillaban eufóricos reclamando la devolución de sus monedas y los monitores de las antiguas máquinas recreativas lloraban sus últimos rayos catódicos antes de apagarse por completo.
Tras unos minutos de infructuosa lucha con el cuadro de luces, el “jefe” volvió del cuarto de mantenimiento con unas velas encendidas alarmado por el extraño silencio que se había adueñado de sus recreativos. Decenas de niños se arremolinaban alrededor de una máquina recreativa que, en medio de la oscuridad, iluminaba inexplicablemente los rostros de aquellos niños.
Una enorme y brillante mancha de luz residual permanecía caprichosa en el tubo del monitor de esa recreativa. Los niños la miraban incrédulos, mientras solapaban sus voces unos con otros intentando descifrar la silueta de aquella mancha: “¡Es un árbol!”, decía uno. “¡No! ¡Es el mapa de España¡”, decía otro. “¡Callaos y arrodillaos!”, dijo el “jefe”. Y entonces, iluminados sólo por el resplandor de la máquina y la luz de las velas, añadió: “Es la cara de nuestro Señor Jesucristo...”
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El rostro perduraba, ya estuviera la máquina encendida o apagada. Y, como no podía ser de otro modo, al tercer día comenzaron los “milagros”: niños que aseguraban haber visto cómo la imagen les guiñaba un ojo, el caso de un jugador que se quejaba de que le había sacado la lengua justo cuando estaba a punto de matar al jefe final, por no hablar del milagro de la multiplicación de los créditos.
El rumor se extendió como la pólvora por el barrio, y pronto los recreativos del barrio se transformaron en lugar de peregrinación para fieles, enfermos y buscadores de fe. El mudo del barrio clamaba “You win! Perfect!” al viento (aquí miento). Una monja se pasó el juego con 5 duros. Un niño enfermo susurraba “señores, aunque sé que voy a morir, dejadme jugar, por piedad” (aquí digo la verdad).
Esa misma tarde llegó el párroco con su comitiva y, con semblante serio y voz solemne sentenció: “¡Contemplad la obra de Dios, esta es la cara de Jesucristo de Naza...!”
“¡Hantarex!”, dijo una voz al fondo. Era Manolo, el técnico operador. “Esto no es más que un problema de magnetización del tubo, muy común en estos monitores Hantarex. Basta un simple golpe y la imagen podría transformarse en cualquier otra cosa”. Y, dando un suave golpe en el lateral de la máquina, la imagen cambió.
Los niños se arremolinaron de nuevo frente a la máquina, intentando adivinar la caprichosa forma. “¡Es un rinoceronte!”, dijo uno. “¡Es el mapa de España!”, insistía el otro. “Dejadlo ya...”, dijo el jefe. “Se mire por donde se mire, eso es una polla con alas”.
Y es que de las ilusiones, nacen los cagallones. La máquina fue relegada a un rincón, y aunque ya nadie jugaba, aún a veces se podía ver a un niño pequeño arrodillarse frente a aquella aberración del magnetismo y rezar en silencio...
Jesusito de mi vida,
para las agujas del reloj,
pues he visto mi futuro,
y vale menos,
que esta moneda de cinco duros.
Y, besando la moneda, metió el crédito...
Zael
(*) Relato inspirado por la aparición de una mancha de magnetización del monitor Hantarex Polo de mi recreativa.
(*) Hantarex era una marca de monitores de máquinas recreativas fabricados en Italia y muy común en la mayoría de máquinas de los salones recreativos de toda Europa durante los 90'.
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