Relatos (de) Recreativos. Historias de ficción ambientadas en salones recreativos. Historias forjadas bajo el martillo del crédito. Historias escritas con la pluma en una mano... ¡y un buen joystick en la otra! (interpreta esto como puedas).
Es patético... pero no puedes dejar de mirarlo mientras extiende sus extremidades de forma compulsiva una y otra vez. Sus antenas se mueven en direcciones opuestas, como queriendo estar, al mismo tiempo, aquí y allí. Patético.
Tu mirada se aleja del insecto del techo para centrarse de nuevo en la máquina recreativa. ¿Acaso no va a perder nunca este tío? Llevas veinte minutos observando cómo aporrea los botones mientras aprietas entre tus dedos, una y otra vez, tu última moneda de cinco duros.
Podrías echarla en la máquina de al lado. Es un juego nuevo y tiene muy buena pinta, joder. Mientras lo piensas, alguien se te adelanta y mete crédito. El hijo del peluquero es maricón. Lo ha dicho alguien en los futbolines del fondo.
Te olvidas de la máquina nueva y miras de nuevo al frente... hoy sólo quieres jugar una vez más a ese juego que tanto conoces. Es tu “zona de confort”. Conoces el juego, conoces los mandos, conoces el tacto de los botones... tu puta “zona de confort”.
Y entonces por fin “muere” ese tío. Porque, créeme, al final uno siempre muere. Y es tu turno, joder. Te toca a ti. Cambiar una moneda por un puñado de vidas... por un “tiempo de vida”. Te toca jugar, te toca “vivir”.
Y justo cuando estás a punto de introducir la moneda, el tío de la máquina de al lado se va. Y deja un crédito metido. Y entonces estás ahí, moviéndote una y otra vez entre las dos máquinas, extendiendo las extremidades de forma compulsiva, como queriendo estar, al mismo tiempo, aquí y allí.
Zael
(*) Basado en un fragmento de "La Broma Infinita" (David Foster Wallace, 1996)
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